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sábado, 12 de abril de 2014

Los sábados nadie lee.

Al volver al oscuro silencio del sol del olvido, olvido que un día vi a la Rosenvinge empujando una bicicleta y a ti correr tras ella.
Intento remover la tierra y de ella salen los huesos de viejas ovejas que no querían seguir en mi rebaño. Y más tierra, porque la tierra nunca se acaba; aunque ya no sirva.
Sigo escribiendo al vacío de intentos fallidos  sin ningún ritmo. Puede que sea imposible, como sus ojos tristes, tan imposibles.

Desde allí todo era diferente: los coches diferentes, la gente diferente, las calles diferentes. Hasta yo tenía prisa por ir a ningún sitio.
Desde aquí escribo con otro color pero mi letra es la misma. Quizá puedo escribir diferentes cosas pero mi intención es la misma.

Al final sólo somos conceptos sobrevalorados,
como la tormenta de verano.
Al final no sé porque la necesito tanto,
como a la tormenta de verano.
Y los viernes que se pierden son inútiles y tristes.

A veces escribo y me leo, y me leo bien
creo que me estoy sobrevalorando,
como a la tormenta de verano.
Porque sí, escribo mal.
Y siempre tengo que hacer algún borrón.
Sin cuenta nueva.
Pero con muchos puntos y aparte.
Y sin final.
Los finales son principios de otras cosas.
Y de noches sin dormir.
Los sábados nadie lee.

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