Voy a contar un sueño real que he
tenido hoy mismo.
Estaba yo dormida en el mismo sillón
dónde realmente estaba dormida. De repente llaman a la puerta despertándome de
mi sueño, pero no abro la puerta, no me inmuto. Es mi madre la que se acerca y
abre sin preguntar, como esperado la visita.
Aparecen en mi casa una madre joven
seguida de su hijo pequeño. Una madre y un niño a los que yo no he visto en mi
vida pero que mi madre trata como si fuesen de la familia o, en su defecto,
unos amigos muy cercanos; la mujer trae una bolsa de ropa usada que nos
quedamos y agradecemos. De repente el niño, al que veo con toda claridad a
pesar de estar en otra habitación empieza a mojar toda la cocina, incluida su
madre y mi madre, con una de ésas pistolas de agua que tan solo son un cilindro
de goma espuma que se carga y descarga con la misma facilidad. Mi madre, al ver
que el niño está poniendo todo perdido de agua ni se inmuta; más bien parece
divertirse al ver al niño jugar.
Es entonces cuando me levanto de mi sillón y
me acerco al pequeño diablillo, cuya pistola es eterna y nunca necesita ser
recargada con agua, dispuesta a echarle la bronca. Me agacho hasta su altura y
el niño, lejos de amedrentarse, sonríe y me ofrece otra pistola idéntica a la
suya que ha aparecido como por arte de magia. Entiendo que quiere comenzar una
guerra de agua conmigo y acepto el reto. Empezamos a disparar, mojando toda la
cocina y parte de la casa, riendo a carcajadas, como niños; bueno, como niña yo
porque mi compañero lo era realmente.
Todo eran risas y diversión hasta que en mi último disparo mojo sin querer un
castillo medieval que el niño traía con él y en el que no había reparado antes,
el castillo, que es de cartón, se deshace por mi culpa y mala puntería bajo la
mirada triste del niño. Justo en éste momento la madre aparece en escena, ya que había
desaparecido junto a la mía. Coge al niño del brazo y lo arrastra a la calle
mientras él no quita ojo a su castillo roto. Sin más salgo corriendo, agarro un
castillo de cartón que hay en un rincón de mi casa (igualito que el del niño) y se lo regalo a mi nuevo amigo, que
sonríe y me agradece el regalo con una mirada realmente sincera y clara como
nunca antes había visto.
-¿Cómo
te llamas amigo?
-Me
llamo Diego, tengo 4 años, dos manos y dos pies.
Y
me desperté. Sin más. Pensando en ésa mirada de niño, una mirada de un sueño
que sentí mucho más real y sincera que cualquier mirada que haya visto antes. Me
quedé pensando en ése niño, ése Diego, en sus 4 años, sus dos manos y sus dos
pies. ¿Qué me quería decir con ésa aclaración tan obvia?
A
veces tenemos tanto que aprender de los niños que ya dudo de si realmente yo
tengo dos manos.
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