Se me ocurrió escribirte,
después de leerte
hablando de otros besos
que no son mis besos.
Hablando con otros versos,
que nunca serán mis versos.
Hoy he despertado creyéndote a mi lado
y no.
No estás, nunca has estado
no conoces estás sábanas
ni lo que hacen mis manos bajo ellas.
Hoy, que parece que hace más de un
millón de años
que ya no me das la mano,
he contado los días y no son tantos.
Hoy he buscado en mi cabeza,
he preguntado:
¿Qué tenía esa sonrisa que no se
borra,
que me persigue y que me ahoga?
Nadie contesta.
Nadie la vio brillar como yo bajo la
luna de agosto.
Ni sentir como yo bajo el sol gris de
septiembre,
ni llorar como yo lloré en las tardes
de octubre.
Nadie.
Debería cerrarte todas las puertas,
marcharme lejos ahora que todavía
estoy a tiempo.
Alejarme de tus palabras que nunca van
dirigidas a mí.
No sé porqué no te puedo quitar de la
cabeza.
Serían esas ganas de vivir que me
dabas,
esos silencios cargados de miradas,
tu risa,
tus manos.
Mi soledad y mis palabras;
que nunca se ponen de acuerdo.
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